miércoles, 9 de abril de 2008

El retorno desde Lisboa (1995)

Normalmente, uno viaja para conocer mundo y cultivarse. También se puede viajar para buscar la aventura o nuevas experiencias con las nativas de Crimea. Lo peor es tener todo tipo de problemas cuando se va con un viaje "semiprogramado". Los hechos que aquí narro son reales como la película de estrenos televisión, y ocurrieron en un país de Europa…

El domingo 24 de Julio, se acababan mis vacaciones con unos amigos en Portugal. La estancia fue muy agradable, y el país en general es digno de conocer. Ese mismo día (el domingo), volvíamos hacia Madrid en autocar a las diez de la noche.

Estuvimos hospedados en Cascais (una pequeña ciudad costera a 25 kms. de Lisboa y que linda con Estoril) y desde allí, teníamos que ir a la estación de autobuses que estaba en Lisboa. Llamé por la mañana para dejar el equipaje en la consigna de la estación, y luego pasar el día en la capital. El hotel lo teníamos que dejar antes del mediodía. La consigna estaba cerrada (me extrañó) pero como era domingo...

Volvimos hacia Cascais por la tarde, en los trenes de cercanías que le regaló Carlos III al Alcalde de Portugal y en un lapsus de trasbordos, uno de mis amigos perdió la cartera en un vagón del tren...

Denunciamos la pérdida en la comisaría de Cascais, y entre que el policía era portugués, funcionario venido a más, que no nos quería entender (me extraña mucho que un dialecto que viene del gallego, como es el portugués, sea tan diferente del castellano), que su procesador de textos era una máquina de escribir (con la que Matusalén escribía las cartas de amor a Sara Montiel), que escribía a máquina con dos dedos, que Brasil había ganado el campeonato del mundo de Fútbol, y que el reloj marcaba ya las nueve y media de la noche...

Llegamos al hotel a por el equipaje y pedimos un taxi para que nos llevara a Lisboa. El taxista, muy enrollado el hombre, empezó a hablar en español. Era argentino de padres portugueses y estaba exiliado en Portugal desde la guerra de las Malvinas. En el trayecto empecé a hablar con él, más que nada para pasar el rato, aunque mis amigos me miraban con mala cara. ¡Joder, tampoco me quería poner a llorar! En un alarde de psicología del taxista (que era marxista no practicante) me dijo, para hacer entender su mensaje: "...ya lo dijo Carlos Gardel, Siglo XX, cambalache, tango pendenciero y ruin, el que no llora no mama y el que no afana es un gil...". Eso ya lo había oído antes.

Cuando llegamos a Lisboa por primera vez, pregunté cuántas estaciones de autobuses había, y me dijeron que sólo una (lástima que no se pueda fusilar a la gente). Cuando le dijimos al taxista "a la Estación de Autobuses" y el se volvió y dijo "¿Cuál?" yo pensé: "Murphy era un ingenuo".

Pues sí, resulta que había varias estaciones de autobuses. Yo aluciné, e intenté acordarme de algún detalle de la estación que nos sirviera para identificarla. Y entonces, le dije al taxista: "...si, este, es una estación más bien pequeña, viste, que está en una calle con una vereda en el medio...". E voilà, el taxista nos dijo un nombre, pero aseguró que esa estación era grande. La estación tenía una dársena para ocho autobuses. Me hubiera gustado que el taxista hubiese visto la Estación Sur de Autobuses de Madrid, con sus ochenta dársenas "O más grande do mundo"...

Llegamos a la Estación de Autobuses a las diez y cuarto de la noche. El autocar, por supuesto, ya había salido. La estación estaba cerrada a cal y canto y, preguntando a un conductor de por allí, nos dijo que el próximo autocar salía el miércoles (yo tenía que trabajar el martes). Madrid parecía estar cada vez más lejos...

Cogimos otro taxi, éste portugués, y fuimos a la Estación Internacional de Ferrocarril de Santa Apolonia. La estación era también "grande" (tenía seis vías y dos de ellas eran para recorridos internacionales). El reloj marcaba las once de la noche aproximadamente, y, preguntamos en Información cuándo salía el próximo tren hacia Madrid. Nos dijeron que había dos trenes: Un Talgo que salía a las doce de la mañana del día siguiente, y que llegaba a las ocho de la tarde (nos venía como anillo al dedo), y el Lusitania, un tren que salía a las once de la noche del lunes, y llegaba a las ocho de la mañana del martes ("nene no guta"). Los billetes los despachaban a partir de las nueve de la mañana, que era cuando abría la terminal internacional.

Después de llamar a nuestras respectivas casas para decir que llegaríamos al día siguiente, pensamos en dormir en la estación para hacer tiempo, y dejar el equipaje en consigna, así como sacar dinero para pagar los billetes. La estación estaba ubicada al lado del puerto, y ya se sabe que las zonas portuarias son de lo peorcito de cada ciudad.

La consigna consistía en una ristra de varias taquillas dotadas de apertura digital Me dio mala espina. Las instrucciones, de lo más fácil, casi para torpes: se mete la maleta dentro, se introduce el dinero, y se marca el número de la taquilla que quieres cerrar. Te devuelve un código de acceso para abrirla posteriormente. Y así lo hicimos: metimos la maleta, pusimos el dinero y tecleamos el número de la taquilla. Sale un papel escrito por una especie de impresora y mientras mi amiga lo coge, yo lo miro (está en blanco), lo da la vuelta (y sigue en blanco) ¡AAAGHHHHH! La consigna se había tragado el equipaje y no lo podíamos sacar porque la puta máquina se quedó sin tinta (pensé en arrancar la consigna de cuajo y llevármela).

Mis nervios estaban a flor de piel, parecía estar en una pesadilla. Mi amiga, que conservó la calma mientras yo repasaba todos los tacos de la lengua de Cervantes, se dio cuenta de un pequeño detalle: el papel, que no tenía ni una letra escrita, se desplegaba cual revista de Playboy en sus páginas centrales y, qué casualidad, allí estaban los números del código secreto de la consigna. Nunca la letra System 10 Normal de impresora matricial me pareció tan bonita...

Acto seguido, y para tentar aún más a la suerte, intenté sacar dinero: Voy para el cajero cual cowboy que intenta montar a un caballo salvaje. Le miro fijamente al monitor. Saco mi tarjeta con la rapidez de la que hago gala en El Corte Inglés. Introduzco (la tarjeta) en la ranura correspondiente. Teclear el código secreto fue visto y no visto. Selecciono el importe y, cuando empieza ese maravilloso ruido de contar billetes, sale un papel que dice: OPERACIÓN ANULADA AAAAGGHHHHHH!

Estaba dando golpes y patadas al cajero con la fuerza y la gracia de la que hago gala, cuando en un cambio de ritmo de derecha a izquierda, miro hacia atrás. Había un hombre en la cola, que puso cara como diciéndome: "tranquilo, majete, que no es para tanto", pero el hombre no sabía el día que llevaba yo. Mi amiga me tuvo que prestar dinero...

Nos sentamos en un banco de la estación. Me metí el reloj en el bolsillo (por si me lo "afanaban") y empezamos a dar las primeras cabezadas (eché de menos los documentales sobre animales que ponen en la televisión y el poder mórfido que tienen). Y de pronto, a eso de las doce y media de la noche, aparece la Policía.

Uno de los policías, empezó a cerrar una de las puertas de la estación mientras otro, nos decía algo así como: "salid de aquí, que la estación se va ha cerrar.". Yo no daba crédito a lo que pasaba. Es raro que se cierre una estación de autobuses, pero más raro es que se cierre una estación de tren. Generalmente son sitios de paso y lugares para hacer tiempo. No me imagino ya el aeropuerto de Lisboa (opción que descartamos, porque mi amigo no tenía documentación).

Salimos de la estación, casi tarifando. Las personas que viajaban con mochilas y sacos, se pusieron a dormir apoyados en la fachada. Craso error porque la policía también les echó de allí. Tuvieron que dormir en las paradas de autobuses que allí había. Optamos por una solución más digna e intentamos buscar una pensión...

Andando los tres juntos y por el medio de la calle, nos aventuramos por esos barrios oscuros de la ciudad y donde cualquier sombra es sospechosa (me recordaba "Chabolandia", una zona residencial que está entre Tetuán de las Victorias y El Barrio de la Pili (de donde son casi todos los taxistas).

Vimos un luminoso de pensión. Al entrar, había un folio pegado en la pared con esparadrapo y escrito a lápiz, que decía "no hay habitaciones". Nos dio muy mala espina. Seguimos caminando y encontramos otra pensión que sí tenía habitaciones libres. Además, había un taxi parado en la puerta, del que estaba bajando un futuro cliente. No podía tener mejor pinta...

Llamamos a la puerta y nos apareció una afroportuguesa de cien kilos de peso repartidos en un metro sesenta de altura, con un salto de cama y los rulos puestos. Yo, ya lo he visto todo en la vida. Tal y como estábamos de desesperados, podía haber salido desde el monstruo de Alien hasta Falconetti pasando por la Señorita Rotenmeller, que nos hubiese dado igual. Entramos con menos prejuicios (creo que ya no nos quedaban) que perjuicios.

La mujer, amable incluso, nos condujo a nuestros aposentos. La habitación tenía dos camas: una de matrimonio y otra para ver el espectáculo (pues me recordaba ciertos habitáculos de cierto lupanar, todo esto, según me contó un amigo mío). Sólo le faltaba la luz tenue roja. Cerramos por dentro, dejamos el cerrojo a medio echar (para que no pudiesen abrir desde fuera) y no contratamos a un guardia de seguridad de milagro. Allí dormimos como pudimos y con mucha "organización". Dijimos a la señora que nos llamara a las ocho de la mañana.

Nos avisó una hora antes, a las siete (esto creo que se debe a que aprovechan los cambios de guardia en el Museo de la Guerra, que estaba al lado) y nos fuimos a desayunar. Hicimos tiempo y nos dirigimos a la estación de cercanías, para preguntar por la documentación de mi amigo (que por supuesto no aparecería nunca más). Cogimos la línea de autobús "25", pero para regresar, regresamos en el "9". Esto es así, no por conocer Lisboa, sino porque creo que hacen los recorridos en un solo sentido ¿?.

A las diez de la mañana, estábamos otra vez en Santa Apolonia. Volví a intentar sacar dinero, pero esta vez con más calma. Me sonrió la diosa Fortuna y la mala racha parecía que se acababa. Nos dirigimos al mostrador del Terminal Internacional y así como el que no quiere la cosa digo: "tres billetes para Madrid en el Talgo de las doce". El hombre, mientras miraba la pantalla por encima de las gafas me contesta: "no hay".¡AAAAAAAGGGHHHHHH! otra vez. Madrid no estaba lejos, estaba a tomar por el culo...

Yo ya me veía en el Lusitania con los asientos de madera como los bancos del parquecito de mi barrio, los foráneos con gallinas corriendo por el pasillo y con el olor del carbón de la locomotora. Pero mi amigo, como Don Quijote ante los molinos, hizo razonar la respuesta al funcionario. Resultaba que el Talgo estaba completo de Cáceres a Madrid desde hacía dos días, pero de Lisboa a Cáceres iba casi vacío. Lo cogimos. Vaya que si lo cogimos. Cáceres era España, joder, y está bien comunicada, sólo le falta tener Metro.

Al ponerse el tren en marcha, parecía que se ponía en marcha el despertador que nos sacaba de esa pesadilla. Cuando entraron los Guardias Civiles en la frontera con España para pedirnos la documentación, yo estuve a punto de besarles. Nunca me había alegrado tanto de ver a un guardia civil (bueno, si, cuando los veo antes de que me detecte el radar en la carretera). El momento más emocionante del trayecto fue la llegada. Habíamos salido de una estación de seis vías que ni IBERTREN las tiene y entramos a Madrid por Atocha.

Esos güiris con sus mochilas al hombro y un moreno fijado por la mierda y los churretes (recuerdo de cada país visitado) alucinaron realmente de la diferencia. Esa diferencia en los trenes de cercanías, en esa Estación de Atocha, y sobre todo, en ese AVE que marcaba una vez más, la diferencia. La expresión de sus caras lo decía todo. Me sentí orgulloso de ser español y lo que de verdad aprendí con esta experiencia fue a valorar más nuestro país. Ah, y la próxima vez estaré en la estación una hora antes, je, je, je.

1 comentario:

Unknown dijo...

Brutal, tremendo...en fin, y lo peor es que no hay dramatizaciones, las cosas fueron asi, y asi nos las has contado. Se le quitan las ganas a uno de salir de su habitación. Y luego me dicen que tendría que viajar más...y tienen razón, pero de Alemania para arriba! XDD
A segur así.