viernes, 11 de diciembre de 2009

De cómo la cópula primigenia pasó a ser el Amor carnal, nacido en la Edad Media y situado geográficamente en la Provenza gala

Y heme aquí, nuevamente, frente a mi cuaderno de bitácora. Y en blanco yo me hallo como ello. Retomado he la escritura, con una nueva entrada, pero, en mi afán de situarme en el punto donde dejélo, unos cuantos siglos hacia atrás me he desplazado.

Lejos de parecer algo que ya soy, pedante, intentaré con estas palabras aportar más luz que tinieblas sobre el tema tratado en cuestión. Y si de Amor he de hablaros, deciros también que, como el microondas, invento es, y que no se remonta a la noche de los tiempos, como parecer quisiera.

Mi paseo por semejante estudio, no me hace evitar la Prehistoria, donde 200.000 A.C. nuestros ancestros copulaban sin mas y sin menos, ya que, como todavía no existía la Historia, aquella (hembra señalo) no le venía a éste (macho indico) con historias.

Ni omitir tampoco las múltiples y variadas referencias copulatorias que existen en la mitología griega y por intertextualización, en la romana, donde, más que dioses como ejemplo a seguir, protagonistas de telenovela parecen dichas deidades.

Y el Amor como sentido introdújolo (en el planeta Tierra, dónde, si no?) aquel conocido como Jesús de Nazaret. Y fue gracias a él, y al cristianismo monoteísta, como dióse a conocer, fe sembró entre hombres libres del yugo esclavo y del lupanar politeísta, que montado tenía el Imperio.

Paróme ahora en las jarchas, demostraciones poéticas de Amor cristiano, de una hermana para con sus hermanos, o de un hermano para con sus padres, en el ejemplo, del siglo XI ya hablo.

Y al hablar del siglo XI, con las Cruzadas hemos topado. Y contra los turcos selyúcidas y sarracenos, nos, Occidente, hubimos guerreado. Y en aquellas guerras, por Papa, y por Dios, hubimos matado. Y al infiel, o muerto, o converso, matarile hubimos dado.

Y aquellos que nombrados fueron con el juramento "Yo te hago caballero en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de San Miguel y de San Jorge. Sé valiente, destemido y leal", sus armas, que a servicio de Dios pusieron, en tiempos ociosos, al servicio de una dama, prostituyeron. Fue así como el Amor a mi Dios, sentido religioso, se tradujo en mi Amor a una Dama, a mi Amada, sentimiento terrenal.

Existió pues Amor entre semejantes, y la cópula sin más, física, tuvo su ampliación química en el Amor. El Amor es como el tiramisú y el sexo es como el Amaretto que contiene.

Y aunque costado me ha situar el momento exacto del nacimiento del Amor, fue Antoine de Antibes, por ejemplo, quien, con los hechos que a continuación relato, sembró el germen que posteriormente se convertiría en trigo.

Hallábase el susodicho (Antoine, Antuan, tuno, inoportuno, por interrumpir a sus padres en la cópula, último de sus hermanos) dedicado a la vida contemplativa, ociosa, aunque metafísica, pero sin argumentario para evitar el castigo por mendicidad. Paseando por la orilla del río, vióse reflejado, y aprovechó el momento entonces para acicalar su media melena, pero interrumpido fue por unas ondas hechas en el agua. Incorporándose (vamos, que se levantó) para seguir el recorrido de la onda, que oídos y vista le indicaban, vio a una joven sirvienta, que sus ropas lavaba en la orilla. Y al mismo tiempo que jabón restregaba sobre las mismas, sus pechos el ritmo marcaban en su abierto escote. Tal calor sintió el susodicho en sus juglares mallas, que a aliviar semejante incendio pronto fue.

Sofocándose estaba, practicando su Amor propio, para que nos entendamos, de forma reflexiva, sobre sí mismo, cuando unos follajes movió y ruido provocó, de forma, evidentemente, rítmica. Asomóse una doncella (vestal, suponemos) a la ventana, al oír semejante estruendo.

Ventana es de suponer que de un castillo fuera, pues, chalets adosados, en este tiempo, aún no existían. Sigo pues con el relato, aunque paréntesis en este párrafo hago.

- Quién anda ahí? –Preguntó arisca la doncella.
- Soy yo. –Dijo Antoine, como si todo el mundo tuviera que conocerle.
- Quién es aquel que con semejante ritmo el follaje mueve y turba mi existencia?
- El mismo que más turbado se halla por el ritmo de aquella sirvienta.
- Aunque construida bien ha sido tu respuesta, no te entiendo, pareces víctima de la LOGSE española y futura.

Para salir del paso, el de Antibes, las mallas se subió, y, vibrando sus cuerdas vocales como si de una bandurria se tratase, el sonido del instrumento de cuerda imitó.

- Cantáis, sois juglar? Sopero que moráis en el follaje –Prosiguió la doncella, que aunque nombre tenía, no es relevante para esta entrada (en el cuaderno de bitácora).
- Introducción estoy haciendo, con unas notas musicales…
- No estoy yo acostumbrada a este tipo de… introducciones.

Dicho y hecho, aquella que tanto le parloteaba, en musa de su inspiración se convirtió, y con cierto desatino, Antoine, compúsola esta canción:
- Mocita dame el clavel, dame el clavel de tu boca…

Supuso su atrevimiento, que, a partir de entonces, la simple cópula, en Amor completo se transformó. Sobre todo cuando de imposibles se trataba, pues, estando todo el mundo de acuerdo, el Amor, en matrimonio se transformaba, y entonces, de otra entrada (a lo mismo que antes apunté, me refiero), se trataba y se hablaba.

Quiso el tiempo que los amores más queridos, fuesen los más reñidos (agresiones físicas jamás referencio y siempre penalizo), los de comienzo difícil y de final fácil. Aquellos de “comieron perdices”. Nadie habló nunca del día siguiente, de cuando el príncipe se marchaba a trabajar o la princesa se ponía a limpiar el castillo. Puede que al revés ocurriese, puede que así tuviésemos que intentarlo, pues, no olvidemos que, tanto el hombre, como la mujer, personas ambos son dos, subordinadas al Amor.

El Amor pues, invento medieval es, no se si fue de esta o de aquella manera, mi imaginación, a estas alturas, para más no da, de momento. Pero deciros he, que, divertido me he con el relato.

Si no luz, risas o sonrisas espero haberos dado, y un buen rato hayáis pasado.