lunes, 1 de febrero de 2010

Las aves migratorias o Migraña

Hace unos días, fui al cine con mi novia. La estuve esperando mientras ella entraba en el servicio. Justo cuando salía, la miré, y ella, me devolvió la mirada. Me miró con esos ojazos que tiene que son capaces de parar una guerra o de iniciarla. Me sentí el hombre más afortunado del mundo (suponiendo que Hugh Hefner no lo sea). Estaba tan feliz, y fue tal la emoción, que sufrí una migraña. Siendo la migraña un episodio desagradable, su inicio, no tiene por qué estar relacionado con algo triste. Fue precisamente ese estrés emocional positivo el desencadenante.

Tengo migrañas desde que cumplí los dieciséis años, aproximadamente. Quizás las tuve antes, y no fui consciente de ellas, pero recuerdo la primera vez como si hubiesen pasado veintiséis años (que por otra parte, han pasado).

Sentí un bloqueo mental, una pérdida total de conexión con el exterior. Intentaba comunicarme, pero no podía. Fue una sensación bastante desagradable. Mi madre me llevó a urgencias. Bueno, mi madre y otros dos hombres más, porque con esa edad, ya medía yo lo que medía…

Del médico de urgencias, pasé al médico de cabecera, y de éste, al psicólogo. Su diagnóstico no fue nada del otro jueves: necesitaba desfogarme, liberar tensión y tener amigos. Y aunque ese episodio de bloqueo no desencadenó una migraña, si es cierto que, posteriormente, cuando me han dado migrañas, he notado un “bloqueo mental” parecido.

La mayor parte de las veces, no suelo detectar cuándo voy a tener una migraña. Nunca tiene un desencadenante común. Casi todas las migrañas que tengo son por estrés, pero también he tenido migrañas por un susto, por la presión atmosférica, por una gripe de órdago, etc.

Es una crisis sin retorno, irreversible. Una vez que empieza, no se puede parar. Por mucho que intente relajarme, respirar hondo, cerrar los ojos, no consigo parar el proceso.

Cuando vas al médico, y dices que tienes migrañas, te sueltan los típicos chascarrillos de ¿Fumas? No. ¿Bebes? Poco, ¿Estrés? Si. Pues no tengas estrés. Claro, me voy al campo a cultivar tomates, no te jode. Los médicos han conseguido relacionar mis migrañas con el café, con el chocolate, con la coliflor, con la alergia… He tenido casi tantas interpretaciones como neurólogos he visitado.

Me han recetado diversas pastillas: analgésicos, que me suelen dar buen resultado. Antiinflamatorios, relajantes musculares o Triptanos. Pero no me gusta abusar de las “pirulas”, porque en mi caso, como mejor paso la crisis es metiéndome en la cama, con la luz apagada, y con un trapo frío en la frente.

También me han hecho electroencefalogramas, resonancias, scaneres y una larga lista de pruebas, que por otra parte, no me han detectado ninguna lesión cerebral. Nunca está de más hacer este tipo de comprobaciones porque en algunas ocasiones, las migrañas se producen por este motivo.

Cuando me hicieron el reconocimiento médico del Servicio Militar, lo alegué. Dije que sufría de migrañas. Es más, llevé un informe médico que así lo afirmaba. La respuesta fue acorde con dicho poder fáctico: Te tomas una aspirina (que por otra parte, las aspirinas militares son tan fuertes que te curan hasta la calvicie).

Pues eso, que tengo una migraña, y punto. En algunas ocasiones, he notado cierta euforia previa, o la típica fotosensibilidad, pero el punto de partida siempre es el mismo: “flashazo” en una parte del campo visual, que persiste durante una media hora, más o menos. Es como si alguien con una cámara con flash incorporado (del tamaño de Ucrania) te hiciese una foto a menos de un centímetro de tu nariz. He aquí la famosa aura, que dicen que se produce por la contracción de los vasos sanguíneos del cerebro o, incluso del cuero cabelludo.

Cuando después de un rato consigo volver a mirar (porque mientras, veo, pero no miro, por decirlo de alguna forma entendible) transcurre un tiempo previo, que pienso: esta vez no me va a doler la cabeza, bueno, a lo mejor me duele, pero me dolerá poco, el “flashazo” ha sido suave.

Y entonces, comienza el dolor de cabeza. En mi caso, en el lado derecho. Siempre es en la sien, del lado derecho. El dolor es intenso y permanente. Comparar un dolor de cabeza con una migraña es como comparar un pis con las cataratas del Niáraga.

Es un dolor tremendo, casi rozando la lesión. Tienes la sensación de que te han arrancado un trozo de cráneo y que por tus venas, del tamaño de un macarrón, están metiendo el caudal del Estrecho de Gibraltar. Que conste que estoy siendo poco exagerado, pero una migraña puede ser tan fuerte y de tal intensidad que puede llegar a ocasionar un infarto cerebral.

Los primeros años que me daban migrañas, no sabia a ciencia cierta lo que eran. Como me solían dar cuando practicaba algún deporte (principalmente baloncesto, o kárate) pensaba que eran cortes de digestión.

Algunas veces he llegado a vomitar, otras incluso me he mareado, pero el dolor en sí, me suele durar un par de días, nunca más. Al día siguiente, cuando todo ha pasado, persiste la resaca: no hay nada como toser o estornudar, para que te vuelva a retumbar la cabeza y recordar “joder, ayer, tuve una migraña”. Bonito y doloroso final.

Yo no suelo tener migrañas con facilidad. Suelo tener una de estas crisis cada seis meses. Dicen, y se está cumpliendo, que, con el paso de los años, tienden a remitir. En alguna ocasión, he tenido varias seguidas, en el intervalo de pocos días o incluso horas, pero aunque el dolor me invalida para cualquier actividad, conozco casos en los que las crisis suelen durar semanas.

Es curiosa la sensación que tengo cuando estoy con una migraña. Es un sentimiento de derrota, que en realidad, es lo que es. Es como si el cuerpo (la parte física) ganase al cerebro (la parte psíquica) y ante una situación que no controla, que bloquea, toma el control, rompe con todo, produciendo una migraña.

Ese sentimiento de abatimiento, empeora más si cabe la crisis. Alguna vez lo he superado de forma más o menos racional, en general, suelo estar intratable. Como para no estarlo.

Muero porque no muero, frase célebre de Santa Teresa de Ávila, que también tuvo migrañas, y que, posiblemente, fue la mejor forma que tuvo de manifestar semejante dolor.

Nota: Ave migratoria es el nombre que dio a la Migraña un jefe que tuve en cierta ocasión.