jueves, 5 de enero de 2012

Mis Juguetes

No recuerdo bien cuál fue mi primer juguete, pero sí recuerdo con especial cariño un camión volquete de color amarillo que tuve cuando era niño. Lo utilice tanto que tenia incluso la pintura descascarillada. El camión era de metal, no como las mariconadas que construyen ahora, y como no lo tenía asegurado a todo riesgo, no lo pude pintar nunca. Mi camión era de tamaño medio, calculo que media medio metro, pero como en aquella época era joven e inexperto, a lo mejor eran más cuarenta centímetros que sesenta. La caja de cambios era sincronizada (el brummm, brummm que imitaba yo con la boca, y que, como no conocía el doble embrague, pues eso, la caja de cambios era sincronizada).

Uno de los encargos que solía hacer con mi camión era la distribución de envases de medicinas en casa de mi madre vecina (todos tenemos una vecina que para nosotros es como una madre, y algunos tenéis una madre que para vosotros es como una vecina). En aquella época, no había orientales que hiciesen trabajos manuales por tres duros, así que, esa mujer, trabajaba para un laboratorio montando los pequeños envases de medicinas en su casa. Yo, con mi camión volquete amarillo jugaba llevando los envases sin montar desde el polígono industrial (trastero) a la cadena de fabricación (patio). No sé como acabó mi camión volquete amarillo, quizás su espíritu resida ahora en una lata de refresco de limón, pero durante el tiempo que fue mi juguete, me hizo muy feliz y me lo pase muy bien con él.

También tuve un robot no compatible con la eficiencia energética, que cada vez que lo encendía se iluminaba como un árbol de Navidad. Hacía cuatro movimientos básicos: movía la cabeza, movía las manos, movía los pies y abría dos compuertas del pecho que le destellaba como un casino de Las Vegas. Usaba dos pilas de las más gordas que había y cuando se le iban agotando (cosa que ocurría con demasiada frecuencia para mi gusto) empezaba a moverse y a sonar como HAL 9000 cuando le estaban desconectando.

En esto de los juguetes también existía el cisma de las dos Españas: Tente o Logo, Nancy "tobillos gordos" o Barbie "no me puedo ver los pies", Clicks de Famobil o Airganboys, Madelman o Geyperman, coches por control remoto (control por cable) o teledirigidos (control por radio). Como éramos niños y la estupidez todavía no se había instalado en nuestras vidas, pues podíamos pertenecer a un bando, al otro, o a los dos y no pasaba absolutamente nada. Las divisiones entre Star Wars / Star Trek, PC / Mac o PlayStation / Wii vendrían después de la mano de los iletrados fanáticos gilipollas de turno. Y lo digo con el corazón en la mano, con la intención de querer ofender a alguien.

Yo tuve varios Madelmanes y creo que un par de Geypermanes. Todavía hoy está por ver un muñeco que consiga el giro de antebrazo que tenía el Madelman (perdón por el momento "iletrado fanático gilipollas"). Tuve un Madelman explorador, que le metía entre los geranios y los pelargonios de mi abuela, pero tampoco podía hacer mucho más con él. Era explorador ¿Qué coño pintaba en un piso de cincuenta metros cuadrados en el Barrio del Pilar? Por aquel entonces tenía un amigo que tenía un Madelman hombre rana, pero como también tenía una pecera, pues le dio mucho más uso, y le duró mucho más que los peces de la pecera... Extraña coincidencia.

En otro episodio madelmandiano, otro amigo mío trajo su helicóptero Madelman, y montamos al explorador en él, junto con el Madelman cazador de safari que pilotaba. Si, lo sé, es todo un anacronismo, pero cuando jugábamos no teníamos en cuenta las fechas históricas... Tal y como hacen hoy en día las películas de Hollywood. En un momento dado, el piloto perdió el control y dio un giro brusco, con tal mala suerte, que mi Madelman se precipitó hacia su propia destrucción. Calculo yo que se cayó desde una distancia proporcional de quince metros (metro y medio) y se le partieron las piernas. Aprovechando la coyuntura, monté un hospital de veteranos de guerra, pero como no tenia enfermeras ni médicos, me aburrí un poco y terminé por abandonar el proyecto.

Posteriormente empecé a jugar con el Exin Castillos. Se corrió el rumor entre mis parientes que me gustaba construir castillos y... Llegue a tener los cuatro que había. Creo que al fundador de Castillon (Castellón) le paso algo parecido. Construí un castillo pequeño, construí un castillo mediano, construí un castillo mediano con foso de cocodrilos de gominolas, construí un castillo grande... Y como la catapulta en la Edad Media era una ADM (Arma de Destrucción Masiva), y yo no era un país autorizado para construirla, llegó el momento en el que me harté también de construir castillos.

Enlazando con una serie que películas de vaqueros que ponían en la televisión, convertí las piezas del Exin Castillos en... Vacas alemanas... Alemanas? Si, alemanas. No serán holandesas, de esas que son como la peli de Casablanca, en blanco y negro? No, alemanas porque eran cuadradas... Con las piezas del Exin Castillos no se podía hacer otra cosa, no hubieran pasado el test del túnel del viento.

Tuve también una mini colección de Clicks de Famobil, que como yo andaba enzarzado en las historias de indios y vaqueros, su correspondencia temática fue el “Fort Union”. Pese a poner todo de mi parte, allí las historias no daban mucho de sí. Si algo ha caracterizado a los Clicks de Famobil, han sido sus problemas sicomotrices. Creo que cuando fueron a crear las caderas del muñeco, el diseñador se fue de vacaciones. Y cuando volvió, y le preguntaron: Oye, Hans, cómo montamos a un Click en un caballo? El tipo contestó: Creamos un caballo que no tenga costillas. Y ale, a jugar en línea recta. Aún recuerdo a la diligencia saliendo del Fuerte, llegando a la pared, dando un giro aéreo de 180 grados (algo inusual en el lejano Oeste) para poder volver de camino al Fuerte.

Mediatizado por las películas que ponían en la televisión, en cierta ocasión, convertí a un par de Clicks de Famobil en guerreros espaciales, con la inestimable ayuda de la plastilina. Tuvieron una encarnizada lucha con pistolas láser, y uno acabó literalmente frito. Le pedí ayuda a mi abuela para freírlo en la sartén con aceite hirviendo. Fue mucho más realista que las historias en aquel Fort Union.

Obtuve mi primera herramienta, que fue una llave fija, con un Meccano que me regalaron. Era un juguete muy versátil, sin necesidad de tener que usar el soplete. Podías construir casi cualquier cosa, y la pieza que no se ajustaba, la doblabas, así sin más, y sin ningún trauma de diseño. Monté un camión grúa mientras esperaba a mi padre despierto. Mi madre le dijo que lo había construido yo sólo, y ambos se quedaron bastante sorprendidos. Cuando me surgieron las primeras dudas mecánicas… Leí el manual de instrucciones. Vamos, como suelo hacer hoy en día.

Una amiga de mi tío paterno (que además es mi padrino) me llevó a una tienda de juguetes y me dijo: Coge el juguete que quieras. Y allí estaba él. Un musculoso camión grúa pluma de cuatro ejes, de no más de veinte centímetros y de color verde aceituna. Habiendo visto películas como “Convoy”, series como “En Ruta” o la española “Camioneros”, bauticé a mi grúa como “Monstruo de Montaña”.

Nos juntábamos los amigos del barrio con todos los camiones que teníamos y utilizábamos los bordillos de la acera como carreteras. Los camiones podían ser de cualquier tipo, y completabas tu colección con camiones genéricos de plástico (generalmente trailers) que comprábamos en la misma tienda donde comprábamos las golosinas, por cuatro duros.

Pero la época más creativa que tuve jugando fue con el Tente. Tuve todo tipo de Tente, Tente Mar, Tente Ruta, Tente genérico, creo que incluso Tente espacio (podría haber hecho un chiste con el Tente en pie, pero eso mejor se lo dejo al Club de la Comedia). Calculo yo que llegué a tener unas seis mil piezas de Tente. En unas Navidades, mientras yo intentaba montar mi remolcador de Tente Mar con su correspondiente puerto, mi madre, me dijo que ayudase a mi hermana a construir su granja de “La Familia Feliz”. Recuerdo eso, no sé si hubo coacción de por medio, eran unas fechas señaladas.

“La Familia Feliz” la componían tres miembros, con perdón, padre, madre e hija, de raza aria, que hubiesen hecho las delicias de Adolfo. Lo más llamativo de la granja era una vaca que, convenientemente llenada, echaba leche por las ubres. Eso sí, las ubres eran de goma tan gruesa como un neumático. La idea era buena, pero claro, tanto apretar, tanto apretar, se terminó rajando y pobre vaca tuvo una mastitis.

Tuve varios cruces de juguetes con mi hermana. Uno de mis Geyperman, el tipo de la barba, fornido, pero con la cabeza de goma y hueca, acabó liándose con una de sus Barbies, mientras el afrancesado de Ken limpiaba la casa…

Y aunque mi hermana siempre me recuerda que desmonté una de sus muñecas para hacer un robot, la realidad fue bien distinta: desmonté una batidora que tenía de dos varillas para hacer una nave espacial. Eso sí, genérica, porque por aquel entonces todavía no se llevaban las erráticas explosiones espaciales de George Lucas.

Mi madrina siempre fue una fuente inagotable de juguetes. Todos los años me hacía un par de regalos, por Navidad y por mi cumpleaños. Mi padrino, que atendía llamadas urbanas y no interprovinciales como mi madrina, tuvo también sus momentos.

Mi padrino (que además es mi tío materno) me regaló en unas Navidades el famoso camión cuatro ejes de Rico. Era una chulada, medía casi un metro (calculo yo) y el mando con las pilas puestas pesaba casi tanto o más que el propio camión. Con ese mando se hubiese podido dirigir, a día de hoy, cualquier grúa de noventa toneladas. La diversión duraba lo mismo que las cuatro pilas enormes que tenía. Luego, empezaba a sonar como aquel robot del despilfarro energético…

La diferencia entre un hombre y un niño reside en el precio de sus juguetes. Mi padrino tuvo una maqueta de tren a escala, que le construyó un amigo suyo. La maqueta medía un metro y medio de largo por medio metro de ancho. Uno de sus trenes era el famoso Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol (también conocido como Talgo).

Existe la convicción generalizada de que los trenecitos eléctricos son como los pechos de las mujeres: están pensado para los niños, pero se divierten más los mayores. Cuando mi padrino se hartó de tanto meter y sacar los trenes por los túneles, me cedió cortésmente la maqueta. Yo la acepté encantado, y para nada pensé que era de segunda mano o usada. Para mí fue una auténtica pasada.

Posteriormente me encontré en la disyuntiva de o bien limpiar el polvo de la maqueta o bien desprenderme de ella. Como yo ya empezaba a tener una edad de decir palabrotas, mandé aquella maqueta del demonio al carajo de la vela.

Y para terminar, tuve un Scalextric. El trazado inicial era el famoso Cero Patatero. Tuve varias actualizaciones del circuito original, que recuperé y amplié. Algún vecino me dio su circuito que no utilizaba y que yo aprovechaba para ampliar el mío. Cuando conseguía ahorrar algo de dinero, compraba algún tramo especial, un cruce, una curva Super Racing, etc… Llegué a tener varios metros de circuito, que podía ocupar prácticamente todo el salón. En cuanto a los coches, mi escudería contaba con varios de Fórmula 1, incluido el famoso Tyrrel de seis ruedas, de color tan verde como el “Monstruo de Montaña”.

El Scalextric en realidad era un juego Cliente/Servidor. Podías competir con tus amigos (mi circuito era de dos pistas, aunque tenía un amigo que montaba uno de seis pistas), y después de muchas intentonas, conseguías que el coche no se saliese de la pista o que no tropezase con ninguna conexión entre dos tramos. En ambos casos, o bien, tú que pilotabas (cliente) o bien tu amigo que estaba cerca (servidor) se encargaba de solucionar el problema.

También podías establecer turnos tipo los primeros cinco minutos yo conduzco mientras tú colocas los coches y los siguientes cinco minutos… Vaya, me tengo que ir a cenar, nos vemos otro día.

Actualmente sigo manteniendo ese espíritu de niño que de vez en cuando juega con excavadoras, construye torres inclinadas de pizzas o le gusta hacer el indio. Quiero dedicar esta entrada a mi compadre, a los juegos Reunidos Geyper, y a todas aquellas personas que me permitieron jugar como un niño para que hoy pueda vivir como un hombre.