jueves, 5 de agosto de 2010

La ocho cosas más gamberras que he hecho y de las que no me arrepiento

1.- Mi primera bicicleta fue una BH plegable de paseo. Aunque era de hierro, tenía como novedad que se podía doblar por el medio gracias a un tornillo que se aflojaba a conveniencia. Pese a los cien kilos que parecía que pesaba mi bici, en cierta forma, era portátil. Incluía un asiento para acompañantes y una especie de gancho que sujetaba la bomba de aire.

Una vez que aprendes a mantener el equilibrio con dos ruedas (de cómo lo conseguí y de cómo mi madre me daba antiséptico en las heridas con una fregona, es otra historia), el siguiente paso es aprender a hacer caballitos. Y para hacer caballitos, la bomba de aire, cayéndose cada dos por tres, evidentemente sobra.

Yo era feliz con mi bici, ya que mis inquietudes sexuales no se habían manifestado todavía (tenía menos de once años), pero si había alguna que otra vecina quinceañera que, teniendo todo el hardware (digamos que ya era mujer), le fallaba en cierta forma el “sistema operativo” (he intentado no ser cruel con mi descripción).

A los hechos me remito, y los hechos fueron que estando yo montado tranquilamente en mi bici, charlando con mis amigos, llegó la susodicha y se montó detrás, con el consabido problema que podía acarrear a mi bien propio (coño, que la bici era portátil y no estaba pensada para el transporte animal).
- Dame una vuelta –Me dijo.

Como en la escena de La Marsellesa de Casablanca cuando Rick asiente con la cabeza, uno de mis amigos, también asintió, dándome vía libre para hacer un caballito.

El caballito fue de 10 olímpico, precioso en su ejecución y tremendo en su resolución. Mi vecina (porque si digo vecinita suena sucio) aterrizó con su trasero en el suelo. Las risas de los presentes fueron cuadrafónicas, pero al levantarse humillada se dio cuenta que, gracias al gancho que sujetaba la bomba del aire, sus vaqueros recién estrenados tenían un jirón con forma de siete.

No había pasado ni un día cuando su madre visitó a la mía para ponerla en antecedentes. Es curioso como, en aquellos años maravillosos, con la muletilla “son cosas de críos” se arreglaban todos los problemas.

2.- Cuando estaba estudiando la Educación General Básica, los profesores tenían la manía de hacer equipo mandando trabajos colectivos a tres o a cuatro de nosotros. Esos trabajos, mitad arte, mitad pérdida de tiempo, solían consistir en la elaboración de un mural (una cartulina blanca de medio metro cuadrado) que trataba de los temas más diversos y dispersos.

Hice murales sobre comics y el gran Ibañez, sobre la fotosíntesis, las invasiones bárbaras y un largo etcétera. Ese largo etcétera era elegido por el profesor de turno, por lo que el lector habrá adivinado que nunca hicimos ningún mural sobre fútbol.

El trabajo del mural se repartía como la vida misma. Uno ponía la idea, otro escribía, otro se escaqueaba, otro se lo curraba. Al final el mérito era de todos, como sucedería años después en el ámbito laboral.

No se si fueron trescientos o cuatrocientos murales los que habíamos hecho ya, que, pese a dejar tiritando y talado el Amazonas con tanta vena creativa, nos sobró una de esas cartulinas.

En ese preciso momento, estábamos en clase esperando la llegada del profesor. Y fue cuando alguien dijo:
- Nos ha sobrado una cartulina.
Nadie, en su sano juicio, esperaba una respuesta tipo:
- Hagamos un mural sobre la energía nuclear.

La respuesta más acertada, y más valorada, fue la mía. Teníamos varios diseños de papiroflexia. Y cuando digo papiroflexia digo aviones de papel, que es lo mismo. Los tíos, hacíamos aviones de papel. Los unicornios, y las flores hechas con servilletas de bar, tipo nenaza, vendrían después, de la mano del amor.

Solíamos hacer varios tipos de aviones de papel. Estaba el típico alargado, avión supersónico, ideal para provocar lesiones oculares. Luego estaba el que tenía alerones, y una cabina con varios dobleces, que se calentaba con el aire de la boca para que, supuestamente, volase más. Y luego teníamos un diseño, bastante novedoso, de un avión que era el que mejor volaba, pero que, tenía una aleta vertical muy pronunciada en forma de quilla de barco.

Hicimos un avión de la tercera generación con la cartulina. Era espectacular, pero queríamos que fuese la hostia. Por aquel entonces en el que estábamos mediatizados por el cine, la hostia era la película de Aeropuerto.

Así que, prendimos fuego el avión de medio metro y lo tiramos por la ventana del colegio. Voló mucho más que el engendro de los hermanos Wright, y aterrizó en una terraza próxima.

Que en la terraza hubiese ropa tendida, y que también se prendiese fuego es algo que forma parte del dramático aterrizaje que suele tener un avión cuando se incendia.

3.- Mi vocación por la electrónica comenzó mucho antes de empezar a estudiarla en Formación Profesional. Vamos, que cuando inicié mis estudios ya había hecho yo algunas cosillas. Un variador de luz, un interfono, una sirena... En cierta forma, podría decirse que yo era un alumno aventajado.

Teníamos no se si doce o catorce asignaturas, entre ellas, Religión. Y las clases de Religión solían ser bastante aburridas, porque el cura que las impartía era una persona anciana y monótona, ambas inclusive.

Si a eso le añadimos que solían ser a última hora, y que estábamos más bien cansados, la única forma que teníamos de hacer más llevaderos aquellos cuarenta y cinco minutos era pensando y ejecutando maldades.

En una de esas clases, apareció alguien con una sirena que había construido. Pero para adaptarla al momento coyuntural, teníamos que darle una vuelta de tuerca a aquel diseño primigenio.

Se nos ocurrió montar dos altavoces, uno detrás de la mesa del profesor y otro en la última fila, y con un conmutador, poder seleccionar uno u otro según conveniencia.

Al mismo tiempo que el señor cura empezó su clase, empezamos las emisiones, eso si, con un volumen más bien bajo. Montamos una coreografía casi perfecta.

Aquel buen hombre, se caracterizaba por sus paseos dentro del aula. Así que, si iba hacia su sitio, hacíamos sonar la sirena por la última fila. Si iba hacia la última fila, cambiábamos el sonido hacia su sitio.

Le tuvimos dando vueltas un buen rato, porque, para mas INRI (nunca mejor dicho) las ventanas del aula estaban abiertas y, con la reverberación (que como todo el mundo sabe, es un eco de poca duración o eco de pobres) daba la sensación de que el sonido se producía fuera y no dentro, teniendo además un hospital como teníamos cerca.

En un momento dado, el conmutador se bloqueó y la sirena fue descubierta, con lo que el religioso ya no tuvo ninguna duda de dónde se hallaba el maligno. Creo que no fue muy duro el castigo, porque si no, lo hubiese recordado.

4.- No se qué tipo de celebración estábamos teniendo pero acabábamos de salir de una sala de fiestas, creo que era Pirandello, cerca de la Plaza de España, en Madrid.

Estábamos esperando a que saliese el resto del grupo. La situación es un poco absurda, pero cuando alguien se pone a esperar al resto, parece un búho moviendo la cabeza para un lado y para otro.
- Ese besugo no es... Ese baboso tampoco... Coño, que pedazo de hembra!!!

Entre la multitud, pude ver a una tremendísima mujer de piernas infinitas que se podían adivinar a través de la raja que el espectacular abrigo de visón (que seguramente papi le había comprado) dejaba entrever.

Semejante reducto de intelecto (que coincidía en cuerpo con la vedette del espectáculo) estaba acompañado por su señora madre, manager a su vez, y que, en aquellos años era costumbre. Luego, el oficio, se convirtió en decadente cuando Isabel Pantoja o Luz Casal también lo hicieron.

Pero no obstante, y para no desviarme demasiado del hilo conductor de la historia, digamos que yo, cual búho, y sobre todo porque el abrigo de visón de la criatura celestial no dejaba ver demasiado, me fijé más en su señora madre.

Y dicho esto, y dejando claro que mis deseos eran meramente sexuales y que no tenía el más mínimo interés de pedir a su hija en matrimonio, me puse a decir en voz alta, para que me oyesen las dos:
- He visto a Dios! He visto a Dios!

La señora, me miró, y antes de que pudiese decir nada, la abordé:
- Señora, a sus pies. Ha parido usted a una criatura celestial. La felicito.

La señora me dio las gracias, además de la oportunidad de besar a su hija, que estaba para ponerla un piso. Mejorando el cuerpo presente.

Creo que ninguno de los tres nos habíamos visto antes en situación semejante, pero, ya lo decía mi abuela: Al Santo se le adora por la peana.

5.- Poco antes de ir al servicio militar, solíamos ir en pandilla a las discotecas. Pandilla motorizada, eso sí. Y cuando hablo de motor, me refiero a que dos de nuestro grupo tenían coche. Coche de segunda mano heredado directamente de su padre o de su hermano mayor.

Como yo no era ninguno de esos dos, pues me dejaba llevar. Y como era el más alto y más grande de toda la pandilla, me llevaban delante, de copiloto. Que conste que me lo curraba, eh? Que no era un copiloto cualquiera.

Daba conversación al conductor cuando estaba herido por los efectos del alcohol, ponía música, contaba chistes, un largo etcétera. Todo con tal de que no me dejaran tirado en mitad de una gasolinera de mala muerte. Es lo que tiene no ser un Macho Alfa.

Recuerdo que una vez estábamos parados en un semáforo, y en el carril de al lado se paró un coche que, cotilla soy, miré de refilón. El coche era enorme comparado con el nuestro. Cuando me fijé más detenidamente, me di cuenta que era un “coche nupcial”, con los novios incluidos.

Sonreí al conductor y él, cortésmente me devolvió la sonrisa. Me crecí. Bajé la ventanilla, cogí aire en los pulmones, y grité lo más fuerte que pude, casi desgañitado:
- Vivan los novios!

El padrino, que estaba sentado de copiloto, se hizo eco del gesto. Se bajó del coche, nos dio la mano a cada uno y... Un puro.

6.- Llegado el momento de hablar de las novatadas del Servicio Militar o Mili, todo el mundo recuerda las que hizo, nunca las que le hicieron. Yo, para ser afín a mi público objetivo, voy a seguir con la misma tónica.

No voy a entrar en las típicas acciones que más que gamberradas eran auténticas putadas, tipo quitarte el traje mimetizado, meterte en una taquilla y tirarte por las escaleras o prenderle fuego a tu cama mientras tú te echabas la siesta.

Pero supongamos (todo ello presuntamente) que habían llegado unos novatos (nietos) y que los veteranos (abuelos) de turno les querían hacer una novatada, cosas de críos, comparada con las anteriores.

Nosotros, Infantes de Marina, hacíamos guardias en la puerta de entrada del cuartel, y los Marineros, popeyes, utilizaban el “servicio” a cambio de comida para el cuerpo de guardia. Quid pro quo como diría años más tarde Hannibal Lecter.

Los marineros veteranos nos avisaron que esa misma noche, un par de novatos iba a entrar, y que les interceptásemos para “jugar” un rato con ellos.

Existía en el cuartel un sargento primero que se casó vestido de almirante (cosas de militares), y llevó las fotos al cuartel. Como consecuencia, y después de un consejo de guerra, fue degradado a cabo primero.

Y es por eso por lo que yo no voy a decir que supuestamente nos vistiésemos con uniformes de tenientes, sargentos y demás. Digamos, simplemente, que nos hicimos pasar por mandos.

A los dos novatos, al ver semejante despliegue de medios (uno incluso llevaba supuestamente el uniforme de PN, ¿miembro viril? No, Policía Naval) se les contrajo el tello (el músculo que va de los testículos al cuello).

Creo que lo más vejatorio que hicieron fueron unas flexiones. Yo no podía contener la risa, y dos o tres veces me tuve que salir del cuerpo de guardia.

Acabamos la broma riéndonos todos juntos y tomándonos unas sidras, presuntamente. Los dos novatos, que estaban encantados pese al susto inicial, terminaron preguntando que cuándo era la próxima novatada, para participar ellos también.

7.- En uno de esos momentos en los que, estando trabajando tu jefe te dice eso de “documenta”, que traducido puede significar no hagas nada, empaqueta aire, o tócate las vesículas seminales, me propuse ampliar mis conocimientos.

Mis conocimientos sobre CICS en aquella época eran regulares. El CICS es un monitor de teleproceso o gestor transaccional. Dicho esto, y siendo generoso con mi lector, para la mayoría de los mortales sería algo así como un sistema que se ejecuta en un mainframe o host (los típicos ordenadores gigantes que tienen los bancos o grandes empresas) y que permite realizar transacciones en tiempo real.

Pongamos como ejemplo que cuando tú sacas dinero de un cajero automático, y el ordenador consulta el saldo de tu cuenta previamente, se habrá ejecutado una transacción CICS. O te crees eso, o te crees que existe un duende dentro de ese armario blindado con planchas de cinco milímetros de grosor (también conocido como cajero automático) y que es el que se encarga de darte la pasta, a parte de imitar con la boca el sonido de la impresora.

Pues eso, que estaba yo ampliando mis conocimientos de CICS, manual en mano. Porque, cuando todo falla, conviene leer el manual. Y se puede hacer de dos formas: O bien tipo libro de texto, secuencialmente, (los finales suelen ser pésimos) o bien consultando explícitamente alguna de sus funciones (mucho más ameno).

No se cómo llegué a la transacción de marras, pero el caso es que, habiendo entrado en el CICS del entorno de Desarrollo, teclee:

CEMT PERFORM SHUTDOWN

Casi instantáneamente, apareció el relojito en mi pantalla. Se oyó como un revuelo en los puestos del fondo de la sala, que coincidían con la gente de sistemas. El murmullo permitió oír algún que otro grito:
- Se está apagando el CICS de Desarrollo!

Ya lo dice la Tercera Ley de Newton: Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria. Así que pude apreciar cómo un par de técnicos de sistemas se dirigían hacia nosotros. Fueron directa y discretamente a preguntar a mi jefe, y mi jefe, que era directo, pero nada discreto, gritó:
- Oye, alguno de vosotros ha apagado el CICS ese?
- Si, he sido yo – Contesté.

La respuesta fue tan directa que dejé asombrado a todo el mundo. Tampoco hubo represalias, pero ¿por qué lo hice? Por seguridad. ¿Por seguridad? Si, por seguridad. A partir de entonces, nadie pudo ejecutar esa transacción. Si yo hubiese ido de buen rollo y se lo hubiese comentado a la gente de sistemas, no me hubiesen hecho caso. Total, yo era del Departamento de Desarrollo y personal externo.

8.- Tuve como compañero a una buena persona, sin maldad, un niño grande de treinta y ocho años. Compartíamos cafés, risas y éramos vecinos de puesto de trabajo. Cuando nos dijo que se casaba, después de tener una relación de nueve años con su novia, le dijimos:
- Creo que te precipitas.
- Y tan joven!

Total, que él era muy bueno, pero nosotros éramos muy cabrones. Y aún así, confiaba plenamente en nosotros. Tanto era así, que nos dijo:
- El viernes de la semana que viene, en teoría es mi último día antes de la boda, y para que no se entere nadie, y que sea lo más discreto posible, me voy a ir de vacaciones el jueves. Así no tengo que dar muchas explicaciones.

Esta confesión la hizo una semana antes. El lunes siguiente, por activa o por pasiva, ya lo sabía todo el mundo. Habíamos puesto en el respaldo de su silla “recién casado”, sin que se percatase. En una de esas que alguien nuevo se pierde por la oficina (una chica que no habíamos visto en la vida), se dirigió a él, y le dijo:
- Perdona, sabes donde está la fotocopiadora?
- Si, allí al fondo.
- Gracias, y felicidades (por lo de tu boda).

No salía de su asombro, no daba crédito de cómo se había enterado todo el mundo, si él no le había dicho nada a nadie. Bueno, a nadie de confianza, porque confiar en nosotros...

Durante esos cuatro días previos a su permiso por casamiento, hicimos todo tipo de bromas, eso sí, “in crescendo” (para las víctimas de la educación actual, en aumento), hasta que llegamos al “cenit” (para las víctimas de la educación actual, mazo) de las mismas.

Hicimos acopio de todos los vasos de plástico y latas vacías posibles, así como un sedal o hilo de pesca. El 70% de los usos que se le da a un clip de oficina no es precisamente el de sujetar dos o más papeles. En este caso, el clip nos sirvió de gancho.

Estando esta noble persona sentada en su silla, le enganchamos con el clip la ristra de vasos y latas atadas con el hilo de pesca en uno de los pasacintos (si, lo se, a mí también me suena mal) de su pantalón. Y, desde la otra punta de la sala, un compinche nuestro le llamó por teléfono para que fuera.

El estruendo fue tremendo. Toda la gente le miró, y de la misma forma que se levantó blanco y despacio, se sentó rojo y despacio también.

2 comentarios:

Unknown dijo...

enorme!!!! XDDDD

y ya no sólo por lo pintorescas y variopintas anécdotas, sino por el hecho de que todas son rigurosamente ciertas!

Tengo en mente alguna que otra gamberrada que me consta y que se podría añadir a esa lista, pero casi todas las víctimas son ahora gente casada y respetable, y aunque se dieran nombres falsos todo se acaba sabiendo XD

En fin, no se puede vivir del (ni en el) pasado porque sería triste, pero mucho más triste olvidarlo.

Es posible que hoy en día nos parezca que contamos más anécdotas antiguas que las que "generamos" nuevas, pero lo realmente importante es el hecho de juntarnos y reirnos a costa de ellas, independientemente de su edad (hablo de anécdotas, no de mujeres).

Pues eso, que dentro de 40 años puedas escribir un blog con otras ocho cosas más gamberras perpetradas desde el día de hoy.

Pau dijo...

Soy testigo y víctima de algunas gamberradas no contadas aquí. Se estará dulcificando?????? ;).
Alejandro, me ha encantado tu comentario... :)